"Nosotros queremos cambiar todo el tiempo", eso responde Fernando Ruiz Díaz, motoralmaisangre de Catupecu Machu, cuando le piden que la banda no cambie nunca. Cambio, transformación, fluir, movimiento, eso que sucede desde antes que el mundo sea mundo, desde el origen extremo de cada una de las cosas.
La celebración de sus veinte años empezó el sábado en el Luna Park, ese templo del rock y el deporte que sin dudas rankea como unos de los mejores estadios del país. De riguroso negro, salvo algunos destellos color plata en remeras y accesorios, confundidos por una semana tropical en pleno invierno, grandes, chicos, hombres y mujeres asistían a un festejo cumpleañero multitudinario y prometedor.
El grito después, título que da nombre a la gira y a la canción que abrió el show, fue eso que se escuchó luego de que se apagaran las luces y se encienda, sobre el aire, mezclándose entre el humo y la ansiedad, un túnel azul que nos invitaba a un viaje en el tiempo.
Allí aparecieron ellos, anfitriones y homenajeados, Macabre, arriba a la izquierda, custodiado por sus teclas, Agustín Rocino, arriba a la derecha, afro, pájaro en el pecho, y golpes demoledores. Al frente, en los extremos, corriendo y a los saltos, Sebastián Cáceres en bajo -a veces guitarra- y Fernando en guitarra -a veces bajo-, voz, y todo lo demás también. En la platea, su hermano Gabi, engranaje e impulso para que el motor siga andando caminos, entero o a pedazos.
Secretos Pasadizos, otra vez el grito a toda máquina y el delirio, el público se abraza, se eleva, transpira, se encuentra, sonríe, se abraza otra vez. Una secuencia que va a repentirse toda la noche, siempre de forma distinta: Confusión, Eso espero, Óxido en el aire, Dialecto, Origen extremo, Muéstrame los dientes, Cuadros dentro de cuadros, Metrópolis nueva y Cuentos decapitados, se suceden arrolladoramente.
Después, silencio absoluto. Fernando queda solo en el centro del escenario para interpretar un tema nuevo, dedicado a su hija, acompañado por un extraño instrumento de percusión. Un momento de calma que presagia la tormenta.
Todo lo que sigue es canción + invitado/s, un recital adentro de otro, historias contadas en primera persona y emoción hecha carne, sudor y pogo. La llama, con Mariano y Laura Manzela, Entero o a pedazos, con fragmentos de El sueño y Los tres deseos, junto a Abril Sosa -lástima que su voz no se haya escuchado-, Vistiendo -en versión hipnótica- con Gillespie, Perfectos cromosomas, junto al Zorrito Vön Quintiero, y un guiño a Es todo lo que tengo de Lisandro Aristimuño, quien fue el siguiente invitado y sorprendió con una versión al palo de Para vestirte hoy.
Mil voces finas con Marcelo Baraj en percusión, Acaba el fin con Esteban Serniotti, El mezcal y la cobra, junto a Leandro Spatolla, Tata Martínez y Carlos Villafañe, de Sick Porky, y Maru Connor. Plan B, con Wallas y El Tordo de Massacre, sus autores originales. Héroes anónimos, ese himno dedicado a todos y cada uno de nosotros, junto a Isabel de Sebastián de Metrópoli, A veces vuelvo con Diego Frenkel y Sebastián Schachtel de La Portuaria y Magia veneno con Gabriela Martínez, bajista de Las Pelotas.
Luego de mas de tres horas de fiesta, llegó el final demoledor: Elevador con Leonardo De Cecco en batería, el Dale! más largo del mundo con Zeta Bosio y Tery, guitarrista de Carajo, Macabre y Blitzkrieg Bop para homenajear a los Ramones, el recuerdo a Spinetta, saltos ornamentales en Y lo que quiero es que pises sin el suelo y gargantas eufóricas para entonar pasajes de Eso vive, como si fuese el primer tema, y todo volviera a empezar.
Cuando se encendieron las luces todo era sonrisa y felicidad, ovación desde abajo del escenario, agradecimiento sincero y emocionado desde arriba. Frente a la incertidumbre del cambio, que es misterio y necesidad, la única certeza que nos queda es poder seguir llenando la pared de recuerdos. Salud!
Nota: Lu Brandalise.
Fotos: Nacho Maligne.
Edición: Fede Eggel.